La concejalía de Cultura junto a la Asociación “La Goyenesca”, prepararon dentro de la III Feria del Libro, el segundo certamen literario, que convocaba a autores de más de 14 años. Tenían que ser relatos en los que la historia se desarrolle íntegramente en nuestro municipio. Los participantes tenían que incluir de forma obligatoria una alusión a “La Gastronomía del Siglo XVIII.”
Las bases establecían que los relatos debían tener entre 300 y 500 palabras, con fecha límite de entrega hasta el 6 de mayo. Los textos presentados fueron evaluados por un jurado compuesto por un mínimo de 4 personas, que emitió un veredicto. Valoraron la originalidad y calidad de la narrativa, y también la capacidad para conjugar la ambientación local y el toque gastronómico del siglo XVIII.
La concejal de Cultura Rosario García acompañada del representante de la Goyenesca Agustín Pérez de Paz, fueron los encargados de presidir el acto y hacer entrega de los premios.
- Primer premio para Isabel Adela Sánchez de Getafe con su relato “La Bruja del Horno Púrpura”.
- Segundo premio para Ana Mirón de Nuevo Baztán con su relato “Flores en el Pelo”.
- Tercer premio para Olaya Rodríguez de Nuevo Baztán con su relato “Canto en la Cuenca del Henares”.
- Y el Accésit para Diego Fernández de Toledo con su relato “Mar de Manjares”.
Se leyeron los relatos en el patio del Palacio en un ambiente muy acorde al clima que se había creado. Con la entrega de diplomas se entregó a cada premiado un libro de Nuevo Baztán. Pronto publicaremos estos textos y os animamos ya a participar en nuestro próximo certamen.
PREMIADOS CERTAMEN LITARARIO
1º Premio: "La Bruja del Horno Púrpura", Isabel Adela Sánchez
En los bordes de la Calle del Arco, donde la piedra todavía susurra los pasos de los antiguos obreros de Goyeneche, vive Ágata, la cocinera. La llaman bruja a media voz, pero en realidad es mucho más: es la última alquimista del sabor antiguo, la guardiana de un recetario que huele a tinta de nuez y a humo de lavanda.
Ágata habita una casa pequeña, casi escondida, con vistas a los campos de lavanda que, cada primavera, florecen como si despertaran de un hechizo. Entre esos campos recolecta sus ingredientes favoritos: pétalos violetas, ramas de romero, y a veces, si la luna lo permite, unas gotas de las Aguas de Almunia, que recoge en silencio al amanecer. “No son para beber,” dice, “son para recordar.”
Este año, en vísperas de la Feria del Libro, su viejo horno —uno de barro, con grietas selladas por manos ya olvidadas— comenzó a humear por sí solo. El recetario, que solo revela recetas cuando la historia lo exige, mostró una nueva:
Estofado de ave negra al perfume de lavanda y Almunia. Servir con pan dulce de almendra amarga, otro toque de lavanda y contar una historia al primer bocado.
Ágata lo preparó sin prisa. En el Palacio de Goyeneche, donde se celebraría la apertura de la feria, convertido por un día en templo de letras y aromas.
El perfume se extendió por todo Nuevo Baztán: una mezcla dulzona, terrosa, como si la historia respirara a través del vapor.NB6791490 La Bruja del Horno Púrpura Colocó su mesa y comenzó la magia.
Cuando la gente comenzó a probar el guiso, sucedió lo de siempre: los rostros se detenían. Quienes probaron el plato contaron que sintieron cosas extrañas:
un niño vio batirse a cuchara limpia a dos cocineros con pelucas empolvadas; una anciana dijo haber olido, de golpe, el delantal de su abuela. Un historiador rompió a llorar sin saber por qué.
Al primer sabor, uno creyó oír la voz de su madre fallecida; otro, ver la imagen fugaz de una carta escrita en 1741. Los más sensibles decían que la comida traía lágrimas, pero no por tristeza, sino por algo más antiguo: nostalgia de algo nunca vivido.
—Esto… esto es del siglo XVIII —musitó una escritora, conmovida—. Sabe a historia.
—Esto es más que comida —dijo alguien—. Esto es memoria en caldo.
Ágata solo sonrió, mientras espolvoreaba un poco más de lavanda seca sobre el pan dejando tras de sí un rastro de lavanda y pan caliente.
Dicen que cuando el sol cae tras el Palacio, si uno camina por la Calle del Arco con los ojos cerrados, puede oler aquel guiso y oír una voz susurrando una receta en un idioma olvidado. Y si llega a las Aguas de Almunia con ese recuerdo en la lengua… quizá, solo quizá, el pasado le susurre una historia al oído. La verdadera.
Y así, entre letras y cucharones, Nuevo Baztán recordó que en el siglo XVIII también se cocinaban milagros.
2º Premio: "Flores en el pelo", Ana Mirón
Alejandra, de catorce años, y su hermana menor, Margarita, de once, cargaban, no sin cierta dificultad, el cesto con toda la ropa y sábanas que acababan de lavar, mientras se dirigían al patio a tenderla. Todas las semanas, salvo que lloviera o hiciera un viento extremo o un frío de nevar, lo que era bastante improbable en el abrasador mes de julio de aquel año, cada sábado para ser más exactos, ambas hermanas realizaban con empeño la misma operación.
Dentro, en la lumbre, la abuela Aurora removía con garbo un enorme caldero en el que preparaba una “zopa”, un caldo para el que había utilizado los huesos y algunos trozos de carne de la oveja que habían estado cebando los últimos meses, esa a la que Alejandra adoraba y que su abuela degolló delante de sus ojos con la excusa de dar de comer a la familia, y por lo que Alejandra aún no la había perdonado.
Aquel trabajo normalmente lo haría Isabel, hija de Aurora y madre de Alejandra, pero esta hacía tan solo una semana que había dado a luz al pequeño Alfredo, en un parto difícil en el que había perdido mucha sangre y casi se pierde ella misma. El médico que la había atendido les dijo que no se les había ido porque dios no lo había querido y que lo que tenía que hacer ahora era descansar y alimentarse bien para recuperar las fuerzas, por lo que Aurora asumió las riendas del hogar.
-¡Mozas! – grito Aurora con tanta potencia que hasta temblaron los tritones de la fuente – alguna de vosotras tiene que acercarse a casa del panadero a por pan viejo para esta “zopa”, si es que queréis comer, claro.
No le hizo falta volver a gritar, en menos de medio minuto Alejandra estaba allí para hacerle el recado; sin rencores por la oveja degollada, sin malas caras.
No porque se le hubiera olvidado lo de la oveja, ni por aprecio a su abuela, con la que no congeniaba demasiado, ni siquiera porque tuviera hambre, solo lo hacía por ver a Victor, el hijo del panadero, el chico más encantador y con los ojos más bonitos de todo Nuevo Baztán.
Antes de salir, se aseguró de asearse un poco, estirarse el vestido y retocarse la trenza en la que se colocó algunas pequeñas flores; de las dos hermanas, no cabía duda de que ella era la más coqueta.
De camino a la panadería, en la plaza del Secreto, iba nerviosa. Sonrió para sus adentros al verle allí. Victor, siempre tan tímido, apenas se atrevía a mirarla y sus manos temblaban cuando le entregaba el pan y rozaba su piel por un instante.
A Alejandra se le sonrojaban las mejillas.
A Victor se le aceleraba el corazón.
Y ambos solo soñaban con volver a encontrarse al día siguiente.
3º Premio: "Canto en la Cuenca del Henares", Olaya Rodríguez
Frente a la fuente de los tritones, saboreando un repápalo con los dedos impregnados en canela, descubro con asombro un mirlo blanco. Gracias al blanco de su pelaje lo distingo de una pequeña hurraca, pero por instantes lo confundo con una bonita paloma, observando su peculiar pico anaranjado y envuelta por un canto armonioso, no hay duda, la suerte me acompañara como dicen las leyendas al encontrar un ser tan excepcional.
Antaño protagonicé entre las calles rectilíneas que conforman este lugar momentos inéditos, intrépidos y arrogantes, pero ahora me dejo envolver con calma por un sonido que creo procede de un lugar concreto, así tendría más sentido su presencia, dado que su existencia es más probable en cautiverio.
Salgo del parque, el cual siempre recuerdo como cuando era niña, engarzado por una alta valla de piedra y metal, asilvestrado y tétrico. Me escabullía por un rincón deteriorado hacia sus adentros, era como ir por una selva inexplorada.
Tenía pocos minutos a la salida de la misa de don Gerardo para descubrir tesoros y volver corriendo al encuentro donde se arrejuntaban mis padres y sus amigos. Entré tantas veces, y en ninguna ocasión descubrí esta fuente, hasta que el casco histórico se rehabilitó. Siempre me distraigo en este recuerdo…pero el cantar me sigue guiando la curiosidad. Frente a la iglesia de San Francisco Javier cierro los ojos para prestar más atención, continúo hacía la izquierda, giro en la esquina y antes de llegar a la entrada lateral del patio del Palacio de Goyeneche, por una ventana mal panelada, me escurro persiguiendo el ruido cada vez más notorio. Con cuidado entre los escombros avanzo por estancias, bajo escaleras embarradas y llego a la entrada de pasadizos, que por subsuelos dirigían a los antepasados nobles a las afueras de Nuevo Baztán. Me los conozco hasta a ciegas, en mi memoria aún puedo oír a los municipales reprendiéndonos por los peligros que podíamos encontrarnos, y nosotros, apagando las linternas, corríamos sin pensar más que en la bronca de nuestros padres si la policía nos acompañaba a casa. ¡Con qué facilidad me vuelvo a dispersar fruto de la nostalgia! Me centro en una luz, y el ensordecedor cantar de muchos mirlos, ¿percibo en el ambiente un fuerte olor a cordero asado? , despacio continúo, paso a paso, no sé bien porqué lo hago, algo hipnótico me arrastra, tal vez el hambre que se abrió empezando con el postre. Entonces le veo, me sitúo frente a él, callado, como esperándome, enjaulado entre tanta jaula, nos reconocemos, nunca imaginé reconocerme en las arrugas de otro rostro. El segundo mirlo blanco que encontré esa tarde, este figurado, pero no menos extraordinario.
̶ Buen provecho ̶ me dijo
Y aproveché.
Accésit "La Mar de Manjares", Diego Fernández
Cuando llegó, se me saltaron las lágrimas…
Me hinqué de rodillas y di las gracias a Dios. Aquella cesta de Navidad, repleta de comida y bebida, colmaba mis necesidades: iba a ser, por un tiempo, el portal y pasaporte a mi supervivencia. Peladillas, pan negro, trufas, champán o cava; polvorones; almendras garrapiñadas y sin garrapiñar y bombones para rapiñar con fruición; legumbres; foie, fuet y vino; frutos secos, y vermú para regarlos; estofado ¡espárragos!; pudin de riñón, anisete, jamoncete y turrón (del duro y del blando); repápalos y puches o gachas dulces del Nuevo Baztán; pato y faisán; cordero lechal; gallinejas y —entre coles y coles— entresijos; caracoles; pichón y conejo, y el plato más rápido: ¡liebre!; brillantes fresas rojas de Aranjuez, tan pequeñitas como ricas y mejor que los rubíes; manteca y hermosas ristras de morcilla; judías con oreja y migas; alcaparras; zumo de zarzaparrilla; yemas; y —de otros mares— almejas, filetes de bonito —¡preciosos!— y navajas, para abrirlo y cortarlo todo.
Una cortesía y gentileza, inmerecida, del señor Juan de Goyeneche y su mecenas el Ilustrísimo Conde de Oropesa, despachada y llegada desde el otro lado del Mundo, las antípodas del Globo y el Orbe, desde su Palacio en el Nuevo Baztán de los campos de Madrid, centro y corazón del Imperio de las Españas.
Un milagro hecho cesta, el regalo del Cielo, su respuesta y premio a mis plegarias, el maná surtido, completo y empaquetado con asa y un garboso lazo en celofán. En suma, la suma felicidad, y la vida, servidas.
Qué impagable emoción volver a sentir el contacto humano, ver, escuchar y hablar por fin con otra persona…: el cosario —no corsario— de la agencia que lo trajo a la choza (para recibir al paquetero afeité mi barba de 3 años y lo invité al anís, hablamos de fútbol).
Gracias… Atentamente, firmado: Robinson Crusoe, marinero en excedencia.
1719.
P. D.: Cuán culpable me siento ahora de haberme comido a mi pobre perrito pequinés y al amigo Viernes.




